domingo, 4 de diciembre de 2011

Comer.

Yo tengo unos hábitos alimenticios bastante malos. No me gustan las verduras, me encanta freír todo (gracias, México), soy amante de los postres, siempre como entrecomidas, nunca me niego un antojo, jamás consumo alimentos reducidos en grasa o azúcar, y sobretodo, considero que comer es un placer y no la respuesta a una necesidad fisiológica.
Entonces llego a este país donde existen ocho mil marcas de comida chatarra y muchas más de comida preparada lista para freír, que jamás probaría aun teniendo la receta (como los camarones fritos con yerbas jamaiquinas que compré ayer). ¿Y qué sucede, entonces? Bueno, pues me encanta comprar. 

Cada semana voy puntualmente al súper y compro lo que necesito y lo que no. Compro mi comida de la semana (la que voy a prepararme y la que está lista para servir), y una dotación generosa de comida chatarra. También visito los pasillos de comida latina para surtirme de imitaciones de la comida que más extraño de mi país. Entonces regreso a mi hostcasa con mis bolsas del súper llenas y...

Tengo que esconderme.

Tengo que correr con mis bolsas hacia el congelador para dejar ahí el helado semanal, las carnes y los congelados; y después de esa escala, subir a mi cuarto y esconder mis bombas calóricas en mi cajonera. Me siento como un ratón cuando toma un trozo de queso del piso y corre hacia su agujero de pared para comérselo a gusto allí. El problema es cuando, como ayer, no logro llegar invicta ni al congelador porque me encuentro a mi hostmom y sus terribles muecas de disgusto, en la cocina.

Comentario a parte: las cosas con mi hostmom no van precisamente bien. Entonces, llego a la cocina con mis bolsas pletóricas de comida chatarra y me recibe con un gestito sangrón de admiración fingida. Y remata: "I can't understand why you buy food in every chance you have!" Bueno, me la pelas. Cuido a tus hijos ¿no? Les doy su porción diaria de chícharos y jugos orgánicos, leche sin grasa y fruta deshidratada ¿no? Nunca como en frente de ellos y cuando traté de esconder mi comida chatarra para que no la vieran, me regañaste y me pediste que la guardara en la alacena. Tú me pagas por mi trabajo y yo soy libre de gastarlo en lo que me venga en gana, así sea un viaje semanal a Europa con 195 dólares, o cien cajas de condones de colores, o bien: mucha comida chatarra, que al final, obstruirá mis arterias y no las tuyas.

Entiendo que ésta no es mi casa y que soy un modelo a seguir, incluso en mis días off. Entiendo y acepto que debo apegarme a sus normas, pero entonces requiero que me las expliquen claramente y no que me critiquen dulcemente por algo que jamás me explicaron me estaba prohibido (y aseguro que si me hubieran dicho que me estaba prohibido comer chatarra, no habría aceptado el match).

Antes de salir de la cocina, insiste: "compraste pizza para toda la semana y aún así sigues comprando comida." Tenía una cuponera, así que pedí una pizza y me mandaron otra. Guardé en el refri lo que no me comí. Pero aquí, con la cultura del desperdicio con la que esta gente nace, es imposible aceptar que su criada mexicana, quiera conservar en refrigeración la comida sobrante para comerla después.

Y no, no tengo un vacío existencial que intente llenar con comida ni como chatarra porque esté deprimida. Simplemente disfruto comer como otros disfrutan beber, dormir o leer, por lo que me frustra  ser criticada por esa afición mía; y tener que esconderme o justificarme por hacerlo.

Luciérnaga y yo decíamos que cuando las cosas van mal, se tiene un mal día, el estrés ahoga, el cansancio impera; poder cenar a gusto contrarrestaría parte del malestar. Saber que al final del día, te espera un momento de tranquilidad en el que sólo tú tienes cabida, y durante el cual puedes disfrutar de algo tan trivial pero monstruosamente restaurador como un muffin de doble chocolate; es un gran aliciente.

Y bueno... yo no lo tengo. Me quedan nueve meses de comer a escondidas en la oscuridad de mi madriguera.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Te entiendo completamente!!! A mí me decían lo mismísimo!! La diferencia era que esa perra -que jamás me atreví ni a llamarla HOST MOM- dejó de comprarme comida, y aún así se quejaba. Lo que más me cagaba era que les compraba comida ''exclusivamente'' para los niños, pero cuando yo me compraba mi helado o pizza era ''UNA MALA PERSONA'' por no quererles dar. Con decirte que si compraba fruta la llevaba a mi cuarto y para mantenerla fresca la ponía en el ducto de ventilación. Tú y muchas otras se sentían o ''tenían'' la protección de la agencia, en cambio yo, era una pobre mexicana pocha que cruzó al otro lado con visa de turista para poder estar en el país legalmente y trabajar de manera ilegal. sigh