domingo, 30 de septiembre de 2012

Días en los que no quieres volver.

Hoy que manejaba de vuelta a casa, vi que los árboles comienzan ya a tornarse rojos. Comienza a hacer frío por las mañanas y los árboles resienten el cambio de temperatura. Recordé que el año pasado, el otoño me sorprendió con su montón de colores. Jamás había visto tantos tonos de rosa, rojo, anaranjado y dorado como los que matizaron los árboles durante octubre y noviembre. Me entristeció recordarme que será el último otoño multicromático que viva, pues en México las estaciones no resultan ser tan coloridas como aquí.

El tiempo, -lamento la poca originalidad de la frase- se ha ido volando. Hace tres meses que volví de México y ya sólo me faltan ocho para regresar de manera definitiva, por lo que he entrado en una etapa de terror absoluto. Hace unos días se aprobó en mi país una reforma a la Ley Federal del Trabajo, debido a la cual, mi terror -y el de mis compatriotas- no es infundado. Ahora despedir a un empleado será más fácil, menos costoso para las empresas, y los trabajos de planta se habrán casi extinguido, además de que las prestaciones laborales por ley se volverán sólo un buen recuerdo, y deberé enfrentarme a ello cuando esta vida que tomé prestada se termine, lo que me tiene francamente aterrada.

El terror se acrecenta cuando mis excompañeras au pairs que ya están de vuelta en México me cuentan lo mucho que extrañan la vida al american style. Y es que, aunque sigo extrañando muchas cosas de mi país, soy consciente de que aquí se vive bien y sabroso. Una vez de vuelta, no volveré a viajar con la misma libertad con la que lo hago aquí: seleccionar un destino y hacer los arreglos necesarios para llegar hasta ahí. No andaré por la calle con mi iPhone en la mano mandando un mensaje despreocupadamente, porque en mi país se expone uno a que le arrebaten el celular y la mano. No haré más shopping online: jamás le confiaría a SePoMex un paquete. No compraré miles de cosas deliciosas por impulso sólo porque mi tarjeta de débito parece tener fondos infinitos (89 centavos que cuesta una donut de DD hace sentir millonaria a cualquiera con 500 dólares en su tarjeta). No volveré a vivir de una forma tan individual como lo hago aquí, porque estaré rodeada de gente que me importa, y a la que sin duda tendré que ofrecerle una rebanada de mi pizza, aunque no quiera. Y sobretodo: nadie me pagará nueve mil pesos por calentar sopa Maruchán, que es básicamente a lo que mis labores se han reducido ahora que ya sólo cuido del menor de los Johnson (yeap, I'm a lucky girl).

Uno siempre va a quejarse. Siempre va a extrañar el país olvidado y a los que en él dejamos. Tardamos un tiempo, además, en aceptar que aquí la estamos pasando muy bien. Lo sentimos como traición a la patria, quizá. Pero cuando echamos un vistazo a nuestro ropero, lleno de esa ropa que en nuestro país habría resultado incosteable, cuando nos observamos a nosotras mismas mientras manejamos 'nuestro' coche cantando felices, cuando vemos nuestro álbum lleno de fotos de chicas sonrientes -y una de esas chicas somos nosotras- tomando un café, haciendo un picnic o viajando de mochilazo en lugares inesperados, cuando nos encontramos con gente que sonríe en la calle, cuando probamos una langosta y deseamos tatuar su sabor en nuestras papilas porque sabemos que no la volveremos a comer más y cuando encontramos que el área de helados en el súper es kilométrica, experimentamos amnesia patriótica.

Favorecida, además, porque los otoños en México no son tan bonitos.

lunes, 24 de septiembre de 2012

27.

Nací un septiembre de 1985. A pesar de que desde entonces sólo he tenido dos fiestas de cumpleaños -a los cinco y a los quince- mi mamá siempre tuvo la dedicación necesaria para hacer de cada cumpleaños una verdadera celebración de nuestra llegada al mundo.

Por eso es que estando en tierra yankee, necesitaba encontrar una sustitución digna, para no caer en la añoranza. Pues bien, no puedo quejarme. Si bien es una ingenuidad esperar que tu hostfamilia celebre contigo la suerte de haber nacido, tal como lo harían tu familia, amigos, novio o perro, hay muestras de afecto y aprecio que son suficientes, aunadas a lo que una misma decide hacer para festejarse.

Mi hostifamilia me felicitó desde temprano con sonrisas y abrazos incluidos. Dios me mandó su conmemoración en forma de tormenta apocalíptica, de ésas que cuando las atraviesas manejando te hacen dudar si llegarás vivo a tu casa o si antes habrás terminado en el fondo de un peñasco con las llantas para arriba. Por la tarde, al igual que el año pasado, fuimos al restaurante de comida mexicana-salvadoreña y yo engullí muy plácidamente unos camarones a la plancha y un par de Negras. Ahí, mi familia me entregó mi regalo de cumpleaños: unos audífonos rosas gigantescos y 50 dólares en monedero electrónico para Cheesecake Factory. El año pasado me regalaron el mismo monto, pero para gastar en una tienda de ropa. Supongo que el próximo año me van a regalar dinero electrónico para gastar en el gym, a fin de volverme a poner la ropa que compré cuando cumplí 26 pero que dejé de ponerme cuando cumplí 27. Just kidding. Más tarde, al igual que el año pasado, aparecieron los meseros con un flan ataviado de su velita cumpleañera que me entregaron al ritmo de un sabrosón "Happy birthday to you."
Por mi parte, yo me aseguré la asistencia a un concierto de Búnbury en noviembre próximo y me patrociné un viaje a la cercana Philadelphia que fue tan catastrófico como memorable.

De modo que, ya muy cerquita de los 30, ésta soy yo. ¿Que si soy la misma persona que salió de su casa hace un año sin tener certeza de que encontraría aquí? En lo absoluto.

Pero las diferencias ya las enlistaré luego. Como sabrán, a los 27, uno ya no puede mantener los ojos abiertos después de media noche.

lunes, 17 de septiembre de 2012

México.

Ayer México celebró 202 años de haber iniciado la guerra que, once años después, le liberaría de la corona española, y que por supuesto, representa para los mexicanos una oportunidad más para festejar, emborracharse y agradecer a la suerte haber nacido en tierra azteca.

Pero en realidad, nowadays, no hay mucho qué agradecer: una democracia de chiste, una soberanía cuasi utópica, un país inundado de violencia, portador de los primeros lugares mundiales en corrupción, nepotismo, homicidios juveniles, obesidad infantil, deserción escolar, feminicidios, asesinatos de migrantes y secuestros, una economía debilitada y frágil, una gran brecha entre clases sociales y verdaderas vejaciones de quienes tienen el poder hacia la clase trabajadora. Así pues, no parece una gran fortuna ser mexicano.

De modo que no resulta congruente festejar con algarabía cuando el país atraviesa por una crisis de naturaleza múltiple, porque trabajos hay menos y prestaciones para los servidores públicos hay más, porque nuestro próximo presidente no ha sido electo por el pueblo sino impuesto por una televisora bajo un proceso fraudulento que quedó a la vista de todos sin que pudiésemos hacer algo más que tuitearlo, y porque enfrentamos una absurda guerra que ha dejado más de 60 mil muertos sin beneficio alguno.

Sin embargo, yo, como mexicana viviendo en el extranjero, tengo bien claro qué amo de mi país, más allá de la gente que dejé ahí. Aprecio ahora más que nunca, nuestra comida, los billetes de colores, el servicio de transporte público, la posibilidad de caminar entre un punto y otro, la educación basada en nalgadas, los canales de televisión abierta, y el hecho de que mandar a un niño por las tortillas no ocasiona que vayas a prisión.

Por eso: felicidades México. Te extraño a pesar de todo.

Pero por ahora, agradezco la donut doble glaseada que voy a bajar a cenar mientras veo una serie en Netflix y me refresca el aire acondicionado.