lunes, 19 de noviembre de 2012

Huida.

Post chillón , personal y hueco.
Siéntase libre de abandonar la sala.

A veces miro mis fotografías y sólo veo a una mujer pasándola bien en una fiesta con personas que conoce y reconoce, pero con las que no ha establecido un verdadero lazo, y siento que he desperdiciado mi vida en relaciones frívolas y pasajeras. Generalmente esto me ocurre cada diciembre 31 o en vísperas de mi cumpleaños, pero ahora me pasa quizá porque me puse un pantalón morado o porque anduve chismeando en el blog de una excompañera de teatro.

Como antecedente, he de decir que en mi vida me he equivocado mucho. Muchísimo. Que siempre tendré celos de quienes sí se atrevieron a remar contracorriente para lograr lo que querían, mientras que yo, cobarde como soy, transité por el camino seguro. Pocas cosas me han apasionado en la vida y no tuve el coraje suficiente para luchar por ellas. He sido talentosa para las mismas pocas cosas y, guess what, las abandoné por indisciplina y miedo, y me inscribí en la universidad para estudiar una carrera que, según yo, me aseguraría bienestar económico. Ingenuidad completa. Dicen que la estupidez de la adolescencia sólo se cura con la edad y es cierto.

A veces aún me pregunto cómo habría sido mi vida de haber tomado mis maletas para irme a estudiar la universidad en una ciudad vecina. Si, a diferencia de mis relaciones universitarias reales, el hecho de compartir casa con alguien más me habría ayudado a solidificar nexos emocionales genuinos con otro ser humano o si mi incapacidad para fraternizar es genética y nunca habríamos sido más que roommates temporales que se agregarán al féisbuc diez años después de egresar para decirse "hey ¿qué onda?" y nunca más cruzar palabra otra vez.
Cuando estudiaba la carrera me sentía perdida: no me entusiasmaba ejercer, al contrario, me aterraba que otra persona le confiase su salud mental a mis perturbaciones, manías y prejuicios. Pocos maestros me tenían agrado y mis calificaciones eran apenas promedio. Tenía amigos, pero sabía que en cuanto pusiéramos un pie fuera de la universidad los perdería para siempre y así fue: ellos siguen siendo amigos, apadrinan sus bodas, se dan regalos navideños y visitan veraniegamente al más afortunado de todos que consiguió trabajo en una playa, pero yo ya nunca más fui necesaria. Sabía que ése no era mi lugar y aún no me perdono no haber sido lo suficientemente honesta conmigo para buscar el mío. Para ese entonces, mis papás se estaban separando y mi mamá estaba mudando de empleo a uno infinitamente menos remunerado. Este par de eventos se convirtieron en mi coartada para estancarme y terminar una carrera a la que siempre le temí y para la cual no tengo ninguna aptitud, lo que derivó en mi aislamiento social, pues no pertenezco más a aquéllos que ahora forman parte del círculo de psicólogos con consultorio y secretaria con tacones provenientes de un catálogo de Andrea. Y eso me lastima como una piedra en el zapato: no lo suficiente para no dejarme vivir, pero siempre está ahí como un dolorcito. Una pequeña punzada que duele intermitentemente cuando mi novio cuenta anécdotas de su vida de estudiante en Valenciana, o cuando veo una foto de los colegas psicólogos en las reuniones a las que yo dejé de asistir porque no tenía ninguna anécdota profesional sobre pacientes suicidas recuperados, para farolear al respecto. Un dolorcito que se siente como reproche, como vergüenza, como amargura. Prurito que parece decir: "eres una tonta."

De modo que, tenía la idea de que venirme de au pair me serviría para sentir que me atreví a hacer algo en mi vida. Algo parecido a estudiar lejos de casa, que a la vez, me sería de utilidad para justificar el hecho de hallarme en la soledad absoluta (¿quién podría juzgarme por no tener amigos si no los frecuenté en los últimos dos años?). No lo pensé, pero pronto descubrí, que ser au pair, para mí, estaba convirtiéndose en ese período de supervivencia universitaria que nunca experimenté y que siempre deseé. Me di cuenta, además, de que quería demostrarme que esta vez sí podría establecer una relación sólida, que moría de ganas por compartir una circunstancia en común con alguien más que nos ligara de manera irrebatible (¿y qué mejor que el hecho de estar lejos de casa debatiéndonos entre la añoranza por los tacos y el amor por el shopping gringo?), que quería exponerme ante las dificultades que supone sobrevivir en el extranjero cuando no se está de vacaciones, pero sobre todo, descubrí que el exilio me serviría para perdonarme a mí misma.

Y en ésas estamos.

5 comentarios:

Aiko dijo...

8 Palabras: EL MEJOR POST QUE HE LEÍDO DE TI!

En verdad, amo tu manera de redactar y en esta ocasión me sentí en gran medida identificada contigo. De alguna manera también me considero dejada para las relaciones interpersonales pero a diferencia (quizá) de ti, yo disfruto de mi relativa soledad, no me incomoda, no me estorba; por el contrario le saco todo el jugo para dedicármelo a mi misma.

En algún momento también considere irme de Au Pair para lograr las metas que tu describiste, aunque por dejo propio deje los requisitos a medias y ya no le encuentro gracia, por lo menos no a dejar mi país por ese medio. Seguiré insistiendo en eso de la libertad e independencia foránea de otro modo.

Vuelvo y reconfirmo: EXCELENTE POST!

(P.D: También comencé a estudiar Psicología y la he dejado tirada....Dios!)

Vainilla dijo...

Aiko:

Qué gusto tenerte de nueva cuenta. Y qué bueno saber que eres felices con tu individualidad, que a mi parecer, dista mucho de la soledad.

Si logras la libertad e independencia foránea que no sea vía agencia au pair o heredando la fortuna de un papá millonario, ¡házmelo saber!

purple dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Mercedes dijo...

Sigo tu blog desde antes de venirme a USA como au pair, estoy por terminar mi primer y único año haciendo esto. No sabes de que manera me identifico y me río, etcétera con tus post, eres una excelente redactora y este post me sirvió para descubrir que seremos dos colegas atrapadas en el disgusto de ser psicólogas jaja justo me pasa lo mismo... no es lo mío, pero bueno, gracias por compartir tu vida vía este blog, un saludo grande :D

Unknown dijo...

Ah qué la vida tan sabía!!!
Se pasa uno la vida buscando su lugar y su actividad ideal, justo cuando cuando la estamos practicando.
La vida te ofrece de todo, para que aprendas de todo. Nadie merece menospreciarse por lo que es o por lo que hace. Cualquier minuto vivido simplemente por ese hecho, vale la pena. Y justamente para encontrar su lugar hay que empezar por darse cuenta dónde se siente uno bien o mal para cambiar lo que sea que hay que cambiar, pero sin estarse reprochando o desvalorizandose.
Finalmente, hay que recordar que a nuestro corazón puede entrar TODA la gente que nos rodea o pasa por nuestra vida, pero no necesariamente TODA tiene que quedarse a vivir en él.
Podemos y debemos ser selectivos con la gente que queremos cerca y con las actividades que queremos realizar y hacerlo no nos convierte en desertoras...
TQMMMMMMMMM