domingo, 22 de septiembre de 2013

La Última Entrada

Han pasado tres meses desde que salí de la casa de los Lawrence. Siempre tuve mucha curiosidad sobre how the life goes después de que uno es au pair, así que aquí les ofrezco un update sobre lo que pasó con mi vida cuando cerré la puerta de la casa marylander por última vez. Como es mucho lo que me viene a la cabeza, y dado que es la última entrada que escribiré para este blog, el texto está organizado en mini-episodios.

I. La Ida.

El último sábado en Maryland, fui con la hostifamilia a Cheesecake Factory y comimos todos juntos como la familia armónica que intentamos ser durante cuasi dos años: las remembranzas, los suspiros y los ¿aquiénvasaextrañarmás? fueron nuestro aperitivo y nuestra sobremesa. Al día siguiente pasé mi último
Dorothee, probably
you wouldn't realize
how much I've
missed you.
domingo con Sandy, mi remaining best friend, y con el resto de la comunidad latina de aupis. Fue una despedida de alitas y cerveza, de buenos deseos y vibras muy chiditas (¿y quién no podría emanarlas mientras degusta alitas hot BBQ sumergidas en blue cheese?) Me sentí contenta de haber creado lazos duraderos con otras personas -y no de ningún Mr. Wilson al estilo 'Náufrago'- y me despedí de ellas agradeciéndoselos. De regreso, manejé sola por el bosque lleno de curvas y trampas mortales en forma de venados saltarines, y supe que lo iba a extrañar: good bye foggy, sunny, cloudy, rainy and ocasionally snowy forest. Contigo conocí todas las estaciones. Después, dormí en mi cuarto ya vacío, con mis maletas al pie de la cama, y no pude evitar compararme con la mujer que llegó hacía dos años sin saber qué le esperaba.

El lunes antes de volar, me despedí del niño mayor, con quien entablé una relación muy somera: "bye, niño, procura ser menos llorón en los próximos años o te harán cachitos en la secundaria." Del hostpadre me despedí en el porche con un abrazo tan fuerte como emotivo y mis más sinceras gracias porque fue un buen maestro, un jefe genial (no así un hostipadre) y un gran apoyo para mí, y partí en el coche manejado por la hostmadre en compañía de los dos más pequeñitos miembros de mi familia adoptiva. En el aeropuerto me despedí de ellos sin grandes dramas: a la hostmadre la abracé y le di las gracias, y de los pequeños me despedí sin sacarlos de su sillita para coche. "Vainilla, no tienes que irte. Puedes vivir con nosotros para siempre" me dijo Romualdito como despedida final. Lump in throat. Bajé mis maletas, les dije good-bye con la mano hasta que el coche se alejó lo suficiente, y los dejé ir para siempre.

II. El Fracaso de mi Sueño Americano 2.0

Seguí mi camino y volé hacia Florida, donde continuaría con mi sueño americano en casa de mi tía: conseguiría un empleo y aplicaría para la residencia. Sin embargo, dos semanas después y un día antes de que agotara el período de gracia, decidí volver a mi México de baches, inseguridad, desempleo y reformas inútiles.
La decisión no fue fácil, porque una parte de mí deseaba extender por siempre los fines de semana de Sweet Frog y heredar el automóvil seminuevo de mi tía, además de garantizarme una vida de envidiables actualizaciones en féisbuc producto de mi privilegiada ubicación geográfica, pero sobre todo: aceptar el ofrecimiento de trabajar en la edición en una revista, como he deseado por años. Sin embargo, on the other hand, el precio de esa vida era muy costoso y no estaba dispuesta a pagarlo. Venía huyendo de una vida de adolescente que, a pesar de la tina de baño, el aire acondicionado y la alacena llena de galletitas, terminó por hacerme sentir asfixiada. De modo que a pesar de las promesas de independencia que la vida en Florida planteaba para mí, decidí que no quería vivir una tercera adolescencia, pues por lo menos me llevaría un año aplicar para la residencia y volverme un ente libre. Mientras, dependería de otros adultos para hacer cualquier cosa: ir por un helado, planear los fines de semana o simplemente ir al súper a comprar toallas sanitarias, aunado al riesgo que se corre en la costa este de que un cocodrilo te arranque una nalga durante un día de campo; y no quería más eso. Quería volver a ser un adulto, tener un empleo que me permitiera chismear de un escitorio a otro con una taza de café en mano, beber con mis amigas y jurar sobriedad durante las resacas para violar mi promesa en la siguiente oportunidad, vagar libremente sin el temor a que mi estadía ilegal quedase al descubierto y rodearme de personas que compartieran mi creencia de que no hay amor más puro que el que se siente por los tacos de pastor.
Entonces, una noche anterior al vencimiento de mi visa decidí decirle adiós para siempre a mi sueño americano, confiando en que en México quizá me esperaba algo bueno a pesar de sus horribles cifras. Así que me despedí del rico clima floridense, de las ranas que saltan sorpresivamente entre los jardines, los camellones llenos de palmeras, la promesa de conocer Universal Studios, los rompecabezas y cervezas vespertinos a lado de mi tía y de la fantasía de que ahí podía ser feliz. Y un sábado confuso, doloroso, con la sensación de estar saltando al vacío, le dije adiós a la vida en Estados Unidos y volé de vuelta a mi país.


III. La Adaptación

La noche en que llegué a México, Pepina me recogió en el aeropuerto. Reencontrarme con ella después de tantas historias fue la mejor bienvenida a mi vida de post auparismo. Sin embargo, esa noche apenas era el inicio de un nuevo proceso de adaptación, que no fue como cuando uno llega a Estados Unidos y todo resulta novedoso y motivador aunque sea más complicado que como se conoce en su versión nativa. No: todo resulta conocido pero espantoso, y los tacos, aunque deliciosos y cuasi curativos, no tienen el poder de encantar lo suficiente para que ignoremos tantas cosas terribles de México: la pésima educación vial, la basura en las calles, el lentísimo servicio de internet pero sobre todo, que las señales de alto digan 'alto' y no 'stop'. Terrible.

Es decir: tuve que readaptarme no sólo a las experiencias que ya me desagradaban desde antes de irme, sino a otras que nunca antes me habían molestado. Por ejemplo: que los camellones no estén arbolados y que sea imposible encontrar una sombra durante una larga caminata, o bien, que la gente sea tan morena y feíta (sí, sí, que Diego Rivera y sus gordas de subjetiva belleza me perdonen, y todos ustedes también, pero juro por los sopes que me estoy comiendo justo ahora, que eso me pasó) o que no haya ninguna actividad interesante qué hacer los fines de semana en la provincia donde vivo: tuve que olvidarme de buscar exposiciones y festivales findesemaneros como los que había en DC y Baltimore cada quince días.

Después, claro, tuve que hacerle frente a las dificultades que ya sabía que me esperaban: no tener dinero para comprar online cualquier estupidez que se me antojara (una tejedora mágica, pantuflas que brillan en la oscuridad o un pelapapas motorizado y con musiquita), andar en autobús, comprar helado económico y nunca jamás un Ben & Jerry's, tener que compartir todo en casa con mis hermanas, tener un servicio de cable regular, colgar la ropa en tendedero y secar los trastes con una toalla, acostumbrarme a los fines de semana sin playa, sin shopping, sin restaurantes buffet, sin amigas cuasi hermanas y sin la emoción de conocer un lugar nuevo cada vez, y extrañar locamente la comida chatarra y mucha fastfood.

Queridas alitas: no saben cuánto las extraño.
Sin embargo, es la capacidad de adaptación lo que ha hecho al hombre un sobreviviente en la historia, y por eso, aunque al principio extrañé con locura los dólares en mi cartera, poco a poco me reajusté a la que alguna vez fue mi realidad. Reír con mis hermanas durante horas, abrazar a mi mamá y comer su rica comida, visitar a mis tíos, caminar (¡sí, ahora me encanta caminar!), decidir entrar y salir de mi casa a la hora que quiero, comer lo que me gusta y en las cantidades que quiero, sentirme cómoda en pijama a las cinco de la tarde de domingo, y sobre todo: volver a ser dueña de mi vida, son factores que ayudaron a que la transición fuera más amable.Ya no tengo que tolerar caras malhumoradas en las mañanas de gente que no es mi familia, ni tengo que mendigar comida, no tengo que estar presente en fiestas familiares incómodas, puedo entrar con zapatos a mi cuarto, no tengo que pasar mis días encerrada en casa por no tener coche para hacer lo que sea, y puedo volver a casa tan tarde y tan ebria como me venga en gana: o sea, a las nueve de la noche y sobria por supuesto, pero saber que es mi decisión y que yo he de pagar las consecuencias, es invaluable.


IV. Mi Vida Ahora

Cuando estaba en EUA y tenía episodios de homesickness y nostalgia magnificada, recordaba mi vida en México como la vida perfecta: mi mamá siempre sonriente y solícita, comidas familiares a diario con sobremesas memorables, jueves de cervezas entre amigas religiosamente agendados, la comida casera siempre deliciosa, y yo en tacones, sonriente y agradecida todo el tiempo. Sin embargo, he de decir que desde que llegué he salido con mis amigas quizá un par de veces y que hay amigos a los que ni he visto a pesar de que por féisbuc parecíamos extrañarnos mucho, que los fines de semana los paso en pijama viendo la televisión, que a mi regreso, me encontré con que mi mamá tiene un empleo, debido al cual, trabaja todo el tiempo y por lo cual, casi nunca pasamos tiempo juntas, que mis hermanas tienen una vida en la que ya no estoy incluida, y que aunque la comida es rica aquí, resulta que también extraño mucho la de allá. Es decir: la añoranza modifica la percepción de la realidad de una manera muy tricky. Entonces, uno tiene que poner mucho de su parte para reajustarse a su nueva vida.

Pero no se preocupen: aunque al principio la comparativa es una constante, con el tiempo uno se acostumbra, y posteriormente, se resigna a que los Cheetos sepan feítos. Hoy ya tomo CocaCola como antes, sin extrañar el Dr. Pepper Cherry y no me he atrevido a probar el que venden aquí porque dicen que no se parece al gringo, así que quiero mantener mi memoria sensitiva intacta. No extraño para nada mi trabajo con los niños: extraño a los pequeñines un montón (sí, sí: más de lo que quisiera, y tanto que aún me hace sonreír cada noche la fotito de Romualdito que pegué en mi espejo), pero no extraño lidiar con ellos, atenderlos, responsabilizarme de su felicidad sin volverme loca de frustración, angustia o aburrimiento durante mis labores.
Hoy trabajo en una oficina, gano un sueldo muy promedio (al que ya me acostumbré también) y disfruto el sonido de mis taconcitos mientras me desplazo de mi escritorio hasta la copiadora, de la copiadora a la máquina expendedora de refrescos (y ya casi ni extraño que las máquinas expendedoras aquí no acepten pago con tarjeta de débito) y de la máquina de vuelta a mi escritorio. En mi trabajo hablo inglés de vez en cuando, pero cuando veo una película, no puedo evitar leer los subtítulos y ya olvidé mucho vocabulario.
El exilio me premió con un novio al que le gusta tomarse
fotitos cursis como a mí.
Y quizá lo más afortunado es que hoy, a pesar de mis fatídicos pronósticos, nuevamente estoy con alguien que llena mis días. Alguien que apareció en mi vida de la manera más inverosímil existente cuando yo ya no lo esperaba, y que en pocos meses me ha hecho tomar más decisiones que las que tomé en los últimos seis años. De modo que escribo esto desde la Ciudad de México, donde ahora vivo con quien algún día será mi esposo y que ama mis chilaquiles un poco más de lo que me ama a mí. Dejé mi vida provinciana que después del exilio, ya no me sentó tan bien. Ahora vivo en la segunda urbe más grande del planeta junto a alguien que me hace reír, pensar, soñar, y creer en el futuro, que vela por mi bienestar, me cuida, me motiva, me valora y me hace intentar ser una mejor persona cada día. Él, que cuando sonríe, me inunda de felicidad. Junto a él, que le da sentido a todo lo que pasó. Él, que esperó por mí mientras yo padecía por alguien más y mientras intentaba decidirme entre quedarme y regresar. Él, que me sorprende cada día con su nobleza y sus buenos sentimientos. Con él.

Hoy mi vida no se parece a la que era hace unos meses del otro lado del Río Bravo. Hoy aún añoro muchas cosas y todavía whatifeo con otras, pero sé que estoy en en lugar donde debo estar. Que a pesar de extrañar el metro de DC, donde encontrar un asiento disponible nunca fue problema, sé que mi lugar es aquí. Que aquí pertenezco, que aquí soy, y que no podría estar disfrutando de mi vida como lo hago ahora si no hubiese tenido la oportunidad de probarme a mí misma como lo hice al ser au pair.

V. Mensaje y Consejo

Sólo tengo un consejo para las chicas que aún están en su país indecisas: háganlo. Y otro para las que ya están en el camino: disfrútenlo.

Si yo pudiera volver a vivir mi vida, no lo dudaría: lo haría otra vez. ¿Cambiaría algunas cosas? Sí. Pero la esencia es la misma: lo haría. Es una oportunidad de crecimiento personal, de enriquecimiento cultural y de expansión de perspectiva como ninguna otra.

En realidad no es difícil ganarse la simpatía de los hostniños.
Sean pacientes, prepársense bien, elijan con cuidado pero no se obsesionen con "preguntar todo" y elegir al "perfect match" porque eso no existe. Es cuestión de sensatez, suerte, y sobre todo de actitud. Prepárense para las dificultades pero alberguen siempre gratitud para que disfruten mucho más de la experiencia. Digan lo que les molesta desde un inicio o prepárense para ulcerar su estómago durante uno o dos años. Disfruten muchísimo el training: procuren hacer muchas amigas de su zona, créanme: las ocuparán más que a las paisanas mexicanas que vivirán en el extremo contrario del país. Cuiden y quieran mucho a sus niños. No se olviden de que van a trabajar y de que una familia, por muy jodida que sea, las está recibiendo en su casa y les está confiando lo más preciado que tienen. Ahorren, pero no dejen de viajar por intentar volver con dinero a su país: verán que unos dólares en su cartera no valen tanto como un viaje memorable. Coman muchas cosas ricas y prueben muchas cocinas distintas. Conozcan mucha gente y aprendan de otras culturas. Tomen muchas fotos, compren postales, y prueben comidas raras.

Disfruten, disfruten mucho.


VI. Epílogo

Aquí acaba mi historia. Gracias a todos los que me acompañaron en este trayecto. It's been quite a while. Espero haber sido de utilidad en alguna ocasión. A partir de ahora, Vainilla se ha ido al cielo de las au pairs y yo recupero mi identidad de adevis. Si tienen alguna duda, necesitan que les reafirme alguna experiencia sobre todo lo que no se debe hacer cuando se es au pair, o tienen curiosidad sobre cómo siguió mi vida después de publicar la última entrada de este blog, pueden darme follow en mi cuenta de tuíter @ladybrookeville y contactarme por esa vía.

Gracias y hasta siempre.

Vainilla.

3 comentarios:

Melo27 dijo...

Un abrazo Vanilla.
PD. Se feliz.

Jules dijo...

Hasta siempre Vainilla! Un abrazo muy grande. Fue un placer leerte y seguirte las aventuras estos dos años!No te pierdas, amooo como escribes, asi q si sigues escribiendo, cuentame. Se muy, muy feliz.

gaby caramelos dijo...

me encanto el Blog!! Te seguire!! Muchas suerte !! gracias x tus experiencias :)