viernes, 4 de mayo de 2012

Confianza.

El otro día, Pepina me preguntó cómo cocer un huevo y cómo -más difícil aún- saber que ya estaba listo para comerse. Dicho evento, aislado en la biografía de cualquier persona sería completamente irrelevante. O al menos, mucho menos relevante que una titulación, un terremoto o el día que te atropelló un repartidor de pizza sin frenos, pero no en la mía. En mi biografía un evento como tal (¡alguien preguntándome A MÍ los secretos de la cocina!) merece una mención honorífica.

Y es que,  aunque  al venir aquí la cocina no me era completamente desconocida (dije 'completamente', mamá), jamás me había imaginado auxiliando a alguien en las labores culinarias, por muy básicas que éstas fueren. De modo que, situaciones como ésa, me han puesto bajo mi propia lupa para observar qué ha cambiado en mí en los últimos ocho meses.

He descubierto con agrado que soy mucho menos preocupona, como más verduras, me importa menos cómo luzco, soy más egoísta, me siento más motivada a aprender, cedo un poco más y hago menos berrinches, tolero un poco más la frustración, uso zapatos de piso todo el tiempo, padezco las niñerías de los demás en lugar de propiciarlas y disfruto mucho más de mi tiempo a solas.

Pero lo más importante de todo, es que ahora confío mucho más en mí.

Cuando todo se pone difícil, me recuerdo a mí misma vaciando mi vida en una maletita y dejando cualquier sensación de seguridad detrás. Me recuerdo lo lejos que estoy de mi casa y los meses que he sobrevivido a berrinches castrantes, lavavajillas que escupen detergente y embotellamientos de autopista, sin regresar llorando a ese seguro rincón que es el regazo de mi madre. Y entonces me creo capaz de salir del apuro o de arriesgarme, cual sea el caso. Ahora me gusta ponerme en situaciones desconocidas y salir bien librada de ellas.

Y es que la autoconfianza no es difícil de lograr cuando atiendes un par de monstruitos que dependen completamente de ti y cuando, encima, pasas mucho tiempo sola en un suburbio rodeado de venados y ardillas dientonas donde tú eres tu propia compañía y tu mejor razón para no perder la cordura; y sobretodo cuando te das cuenta de que sólo te tienes a ti misma: que nadie vendrá a cocinarte lo que más extrañas de tu país y que nadie va a contradecirte en un día de tristeza cuando no quieras ir a la escuela. Entonces ocurre. Y un día te das cuenta de que estás preparándole chilaquiles a una amiga que vino a visitarte desde muy lejos, y se los ofreces gustosa, sin temor a que los mire feo o que se les coma por puro compromiso. También te das cuenta de que estás manejando de noche y lloviendo cuando creíste que jamás podrías hacer algo así, y lo que es mejor: no vas repitiendo como demente la oración del conductor, sino que vas disfrutando el trayecto porque estás tranquila. Y también te descubres formada en el Drive Thru (o automac en México) de McDonald's expectante por ordenar tu comida, sabiendo que a pesar de tener dificultades al ordenar porque nunca entiendes nada, al final saldrás de ahí con tu McFlurry Oreo sin la sensación de haber hecho el ridículo.

4 comentarios:

Mercedes dijo...

Leo tu blog siempre! Me encanta tu estilo de escribir, tus "mexicanadas" y sobretodo como captas muchas cosas que a mi me han pasado en mi propia experiencia de ser au pair! Sigue con las entradas soy tu "fans"

tuchilla dijo...

Recuerdo

tuchilla dijo...

cuando estábamos preparando tus maletas para viajar, nos preocupamos por el peso de las mismas, por lo que debías y lo que no, llevarte, por lo que olvidarías y una larga lista de tonterías más..
Ahora me doy cuenta que habrías podido resolver cualquier problema sobre eso.
Las mamás siempre vemos pequeñas a nuestras hijas, pero es tan gratificante ver que son capaces de valerse por sí solas y lo más importante: Que te hayas dado cuenta de ello.
Te amo.

Vainilla dijo...

Mercedes:
Gracias por las porras. Saludos hasta donde andes.

Mamita hermosa:
Ya sabes.