domingo, 23 de octubre de 2011

Historia de un baño.

Cuando yo era niña mi casa sólo tenía un baño. Cuando la urgencia apremiaba a dos personas, una de ellas tenía que hacer uso de sus mejores trucos mentales para contener el reflejo urinario: algo como recitar el alfabeto griego al revés, como hacen los eyaculadores preoces para aguantar un poco más. Crecí esperando por esa remodelación que nos permitiría tener dos baños en casa para duplicar la probabilidad de encontrar un baño disponible cuando fuese necesario.
El tiempo pasó y los sueldos mejoraron. Un día mis papás pudieron poner un segundo baño en casa y las necesidades de la familia se vieron más cómodamente atendidas. Después, algunos habitantes de la casa emigraron y al final, el número de baños en la casa era paralo al número de habitantes. Así que, ahí conocí la fascinación del baño propio: un baño que puedes usar a cualquier hora, organizar y decorar como te venga en gana, y que sabes que siempre encontrarás en buen estado para usarlo.

Mi historia familiar mutó un par de veces más y con ella, también la situación del baño. A veces mejoró. Otras veces empeoró. Sin embargo, lo fundamental había ocurrido: yo ya conocía lo que no tener que compartir el baño con otra persona y mucho menos, con un hombre.

Durante el match process -he de hacer una etiqueta que se llame: 'el match process es una ilusión'- mi hostfamilia me dijo que si bien el baño al que yo tendría acceso no era un baño privado (pues se encuentra en el pasillo, a diez pasos de mi cuarto), sí sería un baño para mí, ya que las otras habitaciones tenían su baño propio, así que los niños y los papás no usarían 'mi' baño. Me gustó la idea y dije que estaba perfecto.

Pero no fue así. Quizá cuando uno llega  a este país se vuelve más quisquillosa de lo que era en el propio, o reclama por comodidades que ni siquiera teníamos en la vida que dejamos. Sabrá el sereno por qué, pero así resulta. Desde la primer semana, me di cuenta que yo no sería la usuaria exclusiva de 'mi' baño y que éste sería objeto de uso para cualquiera que estuviese cerca y sintiese la necesidad de ayudar a sus fluidos a lograr su destino extracorpóreo.

No me molestaría tanto -y no estaría escribiendo esta entrada- si no fuese porque los niños tienen una puntería lastimera: a veces creo que orinan sin sostener su american penis o que dibujan espirales en el aire con él mientras lo hacen, lo que deriva en un retrete salpicado o un piso humedecido (¡y eso es muy desagradable cuando pasas todo el tiempo descalza!), además de que, olvidan tirar la cadena del retrete y siempre, -siempre- dejan levantado el asiento del baño. Increíblemente molesto. He amenazado a mi novio con dejarlo si no mejora ese mal hábito suyo, de manera que aquí, cuando encuentro el asiento en su estado no deseable, siento un deseo repentino de hacer lo mismo.

El baño, a mi gusto, es un lugar muy personal, y al igual que el lugar donde vives, necesita normas para sentirte cómoda en él. Si no te gusta comer en una mesa llena de migajas de un comensal previo, ¿por qué no tener el mismo cuidado en lo que al baño refiere?
Yo no me siento cómoda dejando mi cepillo de dientes en el lavabo sin saber si uno de los niños va a tomarlo y usarlo como destapacaños.  Tengo que mudar mi champú, mi jabón, mi esponja, y todo lo que ocupo para bañarme, cada vez que entro a la bañera, porque me da algo de vergüenza que vean mis champúes contra la calivice, mis rastrillos especialmente diseñados para descendientes directos del Homo Hábilis, y mis esponjas económicas hechas con fomi -no orgánico-. No puedo tomar, además, un baño de tina larguísimo cuando el día fue estresante o simplemente cuando tengo ganas de que mi piel se cocine al vapor, porque siempre hay alguien tocando la puerta. ¡A pesar de que hay más baños en esta casa!

El constante llamar a la puerta me recuerda a mi infancia cuando nuestro único baño disponible estaba ocupado y alguien más deseaba entrar. Me recuerda esos días de entretenida lectura en excusado en los que estando bien instalada en mis sentaderas me hacía desear un baño adicional para que nadie molestara durante tan recreativa actividad. Me hace recordar cuando conocí la gloria del baño propio y la sensación de libertad que le acompañó al poder disponer  de sus espacios a mi gusto: ¿no te gusta el papel de baño en la gaveta de abajo? ¡Ponlo en la de arriba!

Lo más desafortunado de todo es que ayer mi hostpatrón me entregó mis guantes de látex amarillo, mi bote de Ajax y mi esponja Scotch Brite: el kit completo de limpieza para mi baño que no es mío. Así que en lugar de gozar de la privacidad de un baño propio, hoy me encuentro tallando el sarro acumulado por el uso compartido.

Sigh.

2 comentarios:

Pink dijo...

Hola, yo entiendo el compartir baNo yo supe desde el proceso pero me anime, es incomodo puesto que aveces me quiero baNar en la noche y no puedo porque ya duermen y en las mananas ahi me tienes despacito entrando al bano y asi pero afortunadamente... yo no limpio el baNo

Unknown dijo...

no se cuantas veces que entre a este blog y estaba por escribir y algo paso que interrumpio mi tarea :P
bueno si, veo que fueron 3 o 2 veces, segun tu tablita de la derecha jejeje
que mal lo del baño, yo tengo un solo baño en mi casa, pero por suerte somos todas mujeres, igual tengo mis discusiones con mi hermana jeje
quizas si les dejas un mensjae asi como 'que lindo baño tienen en SUS habitaciones' se dan cuenta que se estan aprovechando -.-
y los otros baños quien los limpia?